Buen día para ellos y para Ellas, aparte del saludo
afectuoso y desear sinceramente que estén bien, me permito transcribirles este artículo que se
publicó en España y se refiere a la Capital de Nuestro Hermoso País, es una
excelente promoción de algunos de muchos atractivos que tiene la ahora Ciudad
de México, que para vivir es imposible, pero para visitar es una delicia; todos
los climas en un solo día, basta y exquisita variedad de alimentos de todas las
regiones de Nuestra República, infinidad de museos y atractivos culturales;
entre los muchos sitios de diversión y entretenimiento… sí, una diversión
garantizada para los visitantes y sobre todo que en cierta medida las
autoridades han mantenido segura para los turistas, siempre y cuando no se
salgan de las diversas rutas y zonas, aunque como bien sabemos, el riesgo está
latente en todas partes; y como hemos leído y visto en noticias, no se escapan
las ciudades de los países primermundistas, y mucho menos las ciudades de
nuestro país vecino del norte, que continuamente nos descalifica por riesgo sin
observar que ellos están peor… en fin; cada que viajemos, hagámoslo con
precaución, no llevemos grandes cantidades de dinero encima ni lo mostremos en
público, guardemos las joyas y si se puede usar un celular “chafita” que mejor,
toda precaución es válida porque donde quiera que andemos, se nota que somos
turistas: el caminado, la forma de hablar y la pronunciación; y por supuesto la
innata curiosidad entre otras características. Cuídense porque valen mucho… y cada que se pueda hagamos turismo, es una
condición natural del ser humano, SALUD…OS!!
30 pistas infalibles en Ciudad de México
Del Museo Soumaya a los "chilacayotes" en mole del restaurante Quintonil, razones para redescubrir la
apasionante Capital Mexicana una y otra vez.
Hoy su nombre oficial es Ciudad de México,
pero los que ya la visitaron cuando aún se conocía como DF a lo mejor quieren
añadir a su recorrido por la megalópolis algunos planes que no hicieron en su
primera estancia, pues con la fabulosa colección del Museo Nacional de
Antropología, la casa de Frida Kahlo, la plaza del Zócalo y algún paseo más
probablemente se les fue el tiempo en esta ciudad que no te permite cerrar la
boca de asombro salvo para masticar las maravillas que se cocinan
en la calle o en sus mercados y restaurantes. Decir que Ciudad
de México es inabarcable y está llena de contrastes suena a lugar común, pero
la realidad es que así es. Se puede empezar el día en una colonia (barrio) de
alta alcurnia y terminarlo en otra zona mucho más modesta y abarrotada de gente
de lo más diverso.
Nuestra mañana va a comenzar bastante ibérica, por
ejemplo en algún local de la churrería El Moro, fundada por el navarro Francisco
Iriarte en 1935. En la sucursal del centro, tras un cristal que luce con
orgullo capas de grasa, se puede observar la cadena de montaje del churro, que
en este caso es más bien una larguísima porra en su estado embrionario. Pero
hay otras sucursales, como la de la Colonia Roma Norte
(avenida de Álvaro Obregón, s/n), de aspecto más inmaculado, alicatadas de
blanco y azul hasta el techo. Tan populares son sus chocolates bebibles, sus
largas roscas de churro y sus versiones en miniatura llamadas “moritos” que
hasta venden tazas y bolsas corporativas de recuerdo.
La Pulquería Insurgentes está
especializada en dos de las bebidas tradicionales de México, el mezcal y el
pulque
Con la energía que proporciona un desayuno así,
trasladarse a Polanco y meterse dos museos —el Soumaya y el Jumex— entre pecho
y espalda no supondrá una hazaña. El Jumex tiene un valor arquitectónico indudable,
pues es la primera construcción del británico David Chipperfield en América
Latina. Su misión es dar a conocer el arte mexicano contemporáneo, pero también
programa exposiciones de pesos pesados del arte internacional como John
Baldessari. A escasos metros se encuentra esa especie de Guggenheim
bilbaíno-chilango: la sede del Museo Soumaya en la plaza Carso. El edificio hay
que reconocer que llama la atención: fue proyectado por el arquitecto mexicano
Fernando Romero y se terminó de construir en 2011. En su interior se recorre la
historia del arte occidental con algunas incursiones en la tradición oriental.
También se encuentran materiales procedentes del archivo del escritor libanés
Kahlil Gibran, cuyo legado es propiedad del museo. Como diría Josep Pla cuando
vio las luces de Manhattan desde el barco: “Y todo esto, ¿quién lo paga?”. Pues
bien, ambas el Museo Soumaya está financiado por el magnate Carlos Slim, parte
de cuya colección se exhibe, y llevan el nombre de la que fue su compañera
durante décadas: Soumaya Domit. Fernando Romero, veterano arquitecto que se
formó con Rem Koolhaas y construirá ahora, asociado con Norman Foster, el nuevo
aeropuerto de la ciudad, es, además, yerno de Slim.
Muchos saben que en Polanco se encuentra también
el restaurante Pujol, de la estrella mexicana de la cocina
de vanguardia Enrique Olvera; pero no tantos conocen Quintonil,
regentado por su discípulo, el joven chef Jorge Vallejo. Como el cambio es
favorable para el euro, saldremos de allí habiendo probado ricos platos (o
“platillos”, como se dice en México, sin que eso implique raciones escasas) que
apuestan por la recuperación de ingredientes y de tradiciones culinarias
mexicanas. El menú degustación es casi infinito, pero también es interesante
probar platos de la carta. Aunque su contenido nos resulte difícil de
comprender en ocasiones (“chilacayotes en mole”, “salbute relleno de hongos de
lluvia”), nuestro paladar no presentará dificultad alguna para disfrutar de los
sabores, más si van con un margarita de hierbabuena como los que sirven para
acompañar.
¿Queda hueco para un helado? Ojalá sí, porque en
Polanco hay una sucursal de la histórica Nevería
Roxy, fundada en la década de 1940. Aquí aprenderemos el vocabulario
variadísimo para bebidas y productos fríos que maneja México: nieves,
helados, sundaes y malteados. Elegir un helado con sabor a
rompope, un ponche de huevo con canela y vainilla típico de Puebla, es honrar a
México. Para la sobremesa hay que visitar la librería-café El Péndulo,
que tiene en Polanco su sede más agradable, con sus irresistibles estanterías
plagadas de libros y su terraza al aire libre.
fotoLa
histórica Nevería Roxy, en Ciudad de México.
Ya toca alejarse de ese barrio y moverse por el
centro. Trataremos de experimentar, aunque sea superficialmente, todo lo que
ofrece: el kitsch fabuloso que lucen las
tartas de colorines de la pastelería
Ideal, expuestas en el segundo piso para deleite de los visitantes.
O la calle de Donceles y sus librerías de viejo, en las
que se puede encontrar desde joyas bibliográficas hasta fotonovelas bizarras.
Sobre Donceles se encuentra también el Café Río, donde
sirven el mejor pastel de dátil con nuez de la ciudad.
En Polanco están el Museo Jumex,
proyectado por David Chipperfield, y el Soumaya, de Fernando Romero
Un secreto a voces del centro es la sinagoga histórica askenazi de la calle de Justo Sierra,
71 (sinagogajustosierra.com). Se encuentra en el interior de un edificio solo
distinguible por la estrella de David. Su reapertura como centro cultural ha
sido un éxito, y a ella se acercan a diario visitantes de todo tipo —laicos,
religiosos, mexicanos y extranjeros— para conocer la historia reciente de
México, en la que los judíos llegados del este de Europa formaron una numerosa
comunidad. La sinagoga es calcada a una que existió en Lituania, si bien los
candelabros del interior beben de la tradición artesanal mexicana, una prueba
más del sincretismo que reina en todo el país. Además de las visitas guiadas
por el interior del edificio, en la sinagoga se organizan recorridos históricos
por el barrio, proyecciones de cine, talleres de cábala, conciertos de música
sefardí y exposiciones de fotografía que revitalizan la vida cultural de la
ciudad.
Alumnos de Diego Rivera
Cerca de la sinagoga no hay que perderse el mercado Abelardo Rodríguez, un edificio de 1934, época
en la que los muralistas usaron las paredes públicas para expresar ideas con
mensaje social. En las del mercado, alumnos de Diego Rivera como Pedro Rendón o
Grace Greenwood Ames dieron lo mejor de su arte. Prestemos también atención a
las cemitas que allí venden: unos bocadillos de carne con queso de Oaxaca, chile
chipotle, una hierba llamada pápalo y aguacate. Se pueden comer allí mismo, y
probablemente nos toque compartir mesa con otros comensales, pues es lo común
en los restaurantes del interior del mercado.
Si alguien echaba de menos una galería de arte
entre tanto bullicio, la encontrará en la Casa de El Hijo del Ahuizote. Instalada en la sede del
diario satírico revolucionario de igual nombre, la galería funciona también
como imprenta artesanal y centro cultural. No es fácil de ver porque está
escondida en un edificio de la calle de Colombia, tomada por batallones de peluches,
globos metálicos y muñecas de plástico inspiradas en Frozen o en lo que Disney mande. La lógica del
bazar se adueña de la calle y es un espectáculo llegar a la hora en la que
comienzan a desmontar los puestos.
Pero no es la calle de Colombia la única atestada
de puestos de venta: el comercio en la capital de México es incesante. Lo nuevo
y lo viejo conviven en el rastro callejero de Lagunilla,
de visita obligada aunque no podamos llevarnos en la maleta una Olivetti de la
época del neorrealismo italiano. De camino al mercadillo seguramente nos
toparemos con algún altar en honor a la Santa Muerte y con no pocos mariachis.
No ha de extrañarnos, pues estamos cerca de la plaza de
Garibaldi, donde estos músicos ofrecen sus servicios a la clientela.
Muchos grupos se dan cita en la entrada del Museo
del Tequila y el Mezcal o también en el bar
Tenampa. Allí acudimos al olor de sus parroquianos de antaño:
Chavela Vargas, Cantinflas y Pedro Infante, entre otros. La experiencia de
intensidad acústica está garantizada, pues para bien y para mal sonarán junto a
nuestras cócleas violines, trompetas, guitarras y voces varoniles de mariachi.
Y al anochecer, cuando ya el bullicio del centro
nos supere, siempre podemos refugiarnos en la Pulquería Insurgentes de la Colonia Roma Norte.
Situada en una casa porfiriana decimonónica —es decir, de la época del
presidente Porfirio Díaz— que en su día funcionó como cabaret, sus actuales
dueños decidieron especializarse en dos bebidas tradicionales de México: el
mezcal y el pulque, un jugo de maguey fermentado. Una enorme jarra de pulque
—que puede ir curado con mango, piñón o apio: la imaginación no tiene límites—
cuesta 40 pesos (menos de dos euros) y haría las veces de cena por su densidad.
Entre recitales de poesía, actuaciones de bandas en directo y exposiciones se
nos iría la noche en este local de tres plantas con terraza en lo alto.
Pero sería una pena no visitar otro
local más, que después nos dejará un grato recuerdo: el Pinchevenancio. Así bautizaron el artista español
Miguel Ezpania y su pareja chiapaneca Jeanett al bar que abrieron en la Colonia
Narvarte, una de las más manejables de la metrópolis. Anclada en los pasados
años cincuenta, de casas bajas y árboles centenarios, a la Narvarte le ha
brotado este punto de encuentro que además cuenta con su teatro-búnker, abierto a música en vivo y a las
propuestas artísticas de la gente del barrio, pero también a estrellas como la
actriz venezolana Teresa Selma, quien a sus 87 años sigue representando allí el
monólogo La muerte burla burlando. No es raro acabar allí
la noche bebiéndose una cerveza artesanal mexicana o una copa de licor de chile
ancho acompañada de unas patatas bravas cuya salsa competiría sin temor con la
de muchos locales madrileños. Y es que en la Ciudad de México cualquier idea
alocada se acaba haciendo realidad.
Las mejores vistas. Mónica Unikel es chilanga (así se llama a los oriundos de Ciudad
de México). En 2010 se hizo cargo de dinamizar la sinagoga histórica askenazi
de la calle de Justo Sierra y convertirla en un centro cultural. Conoce muchos
secretos del centro de la ciudad; por ejemplo, dónde se encuentran las mejores
panorámicas. “Para obtener excelentes vistas a las ruinas del Templo Mayor y de
la catedral, recomiendo acudir a El Mayor, un restaurante con terraza techada
en la parte alta de la librería Porrúa, situada en la esquina de las calles de
Argentina y Justo Sierra”.
“En los grandes almacenes Sears, en avenida de
Juárez, no hay más que subir al café Don Porfirio, en la séptima planta, para
disfrutar de las espectaculares panorámicas de la cúpula del Palacio de Bellas
Artes. También se me viene a la cabeza el restaurante La Casa de las Sirenas,
en la calle de Guatemala, donde las tortillas se hacen al momento. Se encuentra
a espaldas de la catedral, cuyo campanario es otra atalaya perfecta para
abarcar la ciudad. En la calle de Guatemala está también el Centro Cultural de
España, que tiene un restaurante en una terraza increíble con vistas al Zócalo.
Y luego están dos nuevos hoteles con terrazas en la azotea: el Mexiqui y el
hotel Domingo Santo, desde cuya coctelería se ve la plaza de Santo Domingo”.
“Ya bajando de las alturas, me gusta siempre pasar
por la calle Santísima, donde se establecieron los oaxaqueños que migraron a
Ciudad de México. Muchos siguen hablando zapoteco y mixteco entre ellos. Por
eso allí se encuentran las mejores quesadillas y tlayudas [tortillas de maíz
oaxaqueñas] de la capital.”
Botanas, bigotes y luces de neón. David Lida es escritor. Nació en Nueva York y su último libro es
Circunstancias atenuantes (Tusquets). Estableció su hogar en Ciudad de México
en 1990, y cuando tiene la oportunidad de mostrar la urbe a un viajero no lo
duda: le lleva a visitar cantinas. “Aunque son lugares sin ostentación,
iluminados por fluorescentes, con paredes de estuco pintadas de color fruta
tropical, tienen mucha personalidad”.
“En una ciudad famosa por la desigualdad económica,
las cantinas son las instituciones más democráticas. Atraen a un público
heterogéneo: por allí pasan burócratas en trajes de poliéster, a veces solos y
a veces con mujeres maquilladas de modo extravagante que no son sus esposas.
También se ven hombres con bigotes gruesos y botas gastadas, que parecen recién
llegados del rancho. Universitarios con tatuajes y piercings, hombres rapados
que podrían ser policías, ladrones o las dos cosas. Los sábados por la tarde,
algunas cantinas atraen familias enteras, con niños y abuelos”.
“Se puede comer gratis si pides unas copas. Dentro
del horario convencional de comidas, que resulta ser cualquier momento entre
las dos y las cinco de la tarde, mientras no dejes de pedir alcohol te siguen
regalando botanas, el equivalente mexicano de las tapas. Con frecuencia hay
seis o siete platos distintos para elegir. Algunas de las mejores y más
abundantes botanas se sirven en el Salón Montecarlo (calle Revillagigedo 52,
Centro Histórico), La Mascota (Mesones 20, Centro Histórico) y el Salón Casino
(Doctor Vértiz 199, Colonia Doctores).”
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