Buen día a ellos ya Ellas, definitivamente todos los días se
aprende algo, que hermoso ¿verdad? La nueva tipología del turismo se sigue actualizando.
Ahora, el Investigador Francisco Muñoz, doctor en Ciencias Económicas y
Empresariales utiliza el término de “Turismo de Sequía”, que en parte se refiere a la resurrección
de poblados que quedaron bajo las aguas de los pantanos y que a decir de él, empiezan
a mostrar el espectáculo de su vida pasada. Pues en Sonora no nos quedamos
atrás, este tipo de situaciones se han vivido en algunas localidades del
Estado, que bien pudieran ser objeto de promoción turística para quienes deseen
investigar antecedentes, tipos de cultura y hasta hechos históricos; tal es el
caso de Batuc, fundado por los jesuitas en el año 1629, mejor
conocido como Batuco viejo, en 1964 fue desaparecido por la inundación
provocada con la construcción de la presa Plutarco Elías Calles, denominada
presa del novillo que también afecto a Suaqui y Tepupa. Asimismo,
quién no recuerda la antigua Fábrica de los Ángeles que se quemó en 1947, ubicada
para el rumbo de San Miguel de Horcasitas, industria que se dedicaba a los
hilos y tejidos dando trabajo a los lugareños, que en la década de los 40’s
tenía una población cercana a los 4,800 habitantes; situación que sirvió como
justificación para el asentamiento temporal de los poderes en el municipio de Ures.
Cuando su servidor visitó el lugar todavía se erguían algunos muros; en fin,
como no soy historiador, dejo a los que sí lo son abundar en los detalles y comentar
si existen otras poblaciones abandonadas que pudieran ser de interés para
quienes desean visitar lugares históricos.
A continuación transcribo el
artículo del dr. Muñoz, donde se refiere e esta nueva acepción del turismo:
TURISMO DE SEQUÍA
Desde tiempo inmemorial nuestro planeta azul ha brindado a los hombres
(y a las mujeres, claro) incentivos para que salieran de su entorno habitual y
se desplazaran hasta el lugar en el que se encontraban. Obviamente, el
cumplimiento de tal deseo, o necesidad, imperioso o no, no resultaba factible.
Primero era imprescindible conocer que tales incentivos existían, y, para ello,
alguien tenía que haber informado de forma manifiesta. Esta función la
cumplieron los viajeros.
Digamos de pasada que, en nuestro idioma, viajero es que, después de
sus desplazamientos, narra lo que vio y nos hace saber cómo son aquellos lugares
a los que fue, cómo son sus gentes, cómo son sus costumbres, cómo viven y cómo
luchan contra las adversidades que encuentran. La Antigüedad tenía información
sobre la existencia de las llamadas Siete Maravillas del Mundo. El Renacimiento
puso en conocimiento de la humanidad los tesoros del Imperio Romano y de la
Grecia clásica. Los autores de libros de viajes y los editores de guías de
multitud de países informaron sobre las bellezas naturales y artísticas.
En una palabra, la información sobre elementos capaces de incentivar
los viajes consiguió la proeza, a veces no bien valorada, de que la humanidad
conociera casi todo aquello que merece en el mundo que hagamos viajes. Ha sido
tal su eficacia que podríamos decir que va quedando poco sobre lo que no conozcamos
su existencia.
Por eso los buscadores de incentivadores de turismo lo tienen cada vez
más difícil. Y por eso es comprensible que, en un periodo tan grave de falta de
lluvias algunos hayan caído en la cuenta de que la industria turística puede sacar
provecho de ello poniendo sobre la mesa el llamado turismo se sequía motivado
por la resurrección de aquellos pueblos que quedaron bajo las aguas de los
pantanos y que ahora nos empiezan a mostrar el espectáculo de su vida pasada.
De aquí que iniciativas públicas y privadas traten de explorar un nuevo
mercado en enclaves históricos emergidos de los embalses bajo mínimos. Silvia
R. Pontevedra publicó un reportaje en elpais.com el pasado 4 de noviembre del
cual tomo información e ilustración sobre Portomarín (Lugo), el pueblo que en
1963 quedó bajo las aguas del pantano de Belesar.
Nichos fúnebres emergidos por la sequía del embalse de Belesar en el
lugar de Loio. ÓSCAR CORRAL
Hoy se ven, repartidas entre las dos orillas del Miño, las ruinas del
viejo pueblo espectral que han salido a saludar a todos aquellos que se
desplacen hasta ellas. Destacan los restos del camposanto de Loio, que, como
apunta la reportera, “aún conserva varias filas de nichos intactos”. Cito a
continuación una certera frase de ella:
“He aquí una meta del nuevo turismo de sequía que empiezan a vislumbrar
Ayuntamientos y empresas del sector en diversos lugares de España". El
regreso de la especie humana, en tiempos de cambio climático, a los paisajes de
los que fue arrancada en el esplendor de la política de pantanos. Y mientras el
alcalde popular de Portomarín ha decidido revitalizar el cauce seco señalizando
los esqueléticos barrios, el socialista de Mancilla de la Sierra (La Rioja) ha
recuperado la antigua romería de mayo que festejaban los vecinos en el gran
pueblo que acabó anegado en 1959.
Los antaño moradores de Peñarrubia (Málaga), desalojados en 1972, han
vuelto en octubre para inaugurar una ermita y refundar el espíritu del
municipio borrado del mapa y ahora emergido de las aguas del embalse de
Guadalteba. Y la empresa conquense Multiaventura Buendía ultima un
"producto turístico" de rutas en todoterreno por el Real Sitio de la
Isabela que mandó edificar Fernando VII para tratar su gota. Las visitas
incluirán una aplicación para tabletas con un recorrido gráfico por el pasado
de este palaciego conjunto adornado con fuentes, que acabó sumergido a finales
de los años 50 y que actualmente vuelve a estar al aire porque el embalse solo
alcanza el 9% de su capacidad”
El reportaje termina con esta frase entre lapidaria y un tanto cínica:
“Ahora que todo está seco, hay que verlo como un recurso". En efecto, así
es. Con ello se pone de manifiesto la intrínseca facultad de la industria
turística de reciclar todo aquello que tuvo esplendor y que rindió evidentes
servicios a la generación de riqueza y volver a darles vida gracias a quienes,
con su demanda como turistas, por estrambótica que pudiera parecer a algunos,
devolviéndolos a cumplir una función absolutamente inesperada.
Pensemos en las embarcaciones del pasado, en las carreteras que ya no
tienen tráfico porque hay otras más seguras, en los puentes de la antigüedad,
en las vías ferroviarias en desuso, en las minas abandonadas. Y, ahora, por mor
de esta nueva “pertinaz” sequía, en la incentivación turística que aportan
aquellos pueblos anegados durante el furor franquista de la construcción de
pantanos que ahora nos muestran, un tanto impúdicamente, sus andrajosas
desnudeces. Y es que el turismo todo lo aprovecha, todo lo recicla, todo lo
devuelve a la vida si es que la perdió.
Y
como él mismo dice: ¡Bendito sea el turismo!